Antes de comenzar con esta entrada, debería recomendar un libro que estudia y analiza la evolución desde el triumphus romano hasta las entradas en Nueva España de un modo mucho más exhaustivo que el que yo desarrollaré a continuación. Se trata del libro de Juan Chiva Beltrán titulado El triunfo del virrey. Glorias novohispanas: origen, apogeo y ocaso de la entrada virreinal, publicado el año 2012. Para todo aquel que quiera saber más acerca de ello, lo remito a este magnífico texto. Ahora, pasaré a resumir con brevedad el desarrollo de la entrada real a partir de su original romano.
La entrada triunfal se remonta al triumphus romano. Consistía en homenajear a un general victorioso que entraba con sus tropas en Roma y se trata del mayor honor que un ciudadano podía gozar. El elemento central del triumphus es el desfile por la ciudad marcado por la diferenciación de los estratos sociales. Otro elemento que se debe destacar es el lucimiento de la ciudad, una de las partes que después ha traspasado las barreras del tiempo, ya que el arte que se empleó en la decoración sirvió de modelo para siglos posteriores.
La Edad Media está determinada por la irrupción en occidente del cristianismo. Lo más importante de la llegada del cristianismo es que va fraguando su calendario litúrgico. Además, algunos elementos de la entrada medieval derivan de la tradición bíblica de Cristo entrando a Jerusalén. La composición de las entradas de los reyes en las ciudades también evidencia la estructura social de la época.
Con el Renacimiento se vuelve la mirada al mundo clásico. Se recupera con fuerza el ceremonial romano, aunque se mantienen algunos de los aspectos de las entradas medievales, como puede ser el recibimiento fuera de la ciudad, el desfile y la culminación en el templo. Surgen los estados modernos y los reyes refuerzan su poder, así que las entradas triunfales se centran cada vez más en la figura real. El cambio más significativo en esta tipología festiva es que la iconografía medieval dará paso a las imágenes renacentistas. En conclusión, durante el siglo XVI se unirán dos tradiciones: la medieval y los triunfos clásicos a través del Humanismo.
Por supuesto, la gran protagonista será la ciudad, como siempre. También se decora y engalana de tal manera que se consigue el efectismo deseado: alteres, estatuas, luminarias,guirnaldas, fuegos y enmascaramientos de las fachas de los principales edificios lograrán un lucimiento en la ceremonia que hasta entonces no se vivía. Además, no podemos olvidar la cantidad de actividades que se ponen en marcha para vivir el fasto por todo lo alto.
La fiesta barroca es entre muchas cosas espectacular y efectista. En medio de esa estética debemos señalar que el rey y su mecanismo de poder son los verdaderos protagonistas de las fiestas civiles. En cuanto a las entradas triunfales serán las más opulentas y suntuosas de todas las épocas. Por supuesto, la composición del desfile responde a criterios jerárquicos que muestran a la clase alta de la sociedad ordenada ante el resto del pueblo. Como casi todo en el Barroco, estos desfiles están lejos de la sencillez de sus predecesores y se han convertido en un complejo muestrario de estatus social encabezado, claro está, por el monarca. Este gran desfile de personalidades se mostraba ante un público absorto con todo tipo de lujos.
El mestizaje es un tema lo bastante complejo como para ser desarrollado en este breve espacio con la exhaustividad que merece. No obstante, mi intención es recomendar una lectura que ha caído en mis manos estos días y la cual aproxima al lector a la comprensión de la llamada “corriente mestizófila”. Este libro se titula México mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez, de Agustín Basave Benítez[1]. Sin embargo, a continuación presentaré la definición más general de mestizofilia y la imagen que Molina presenta del mestizo. Pero, la lectura completa del libro nos mostrará la importancia de esta corriente de pensamiento y su influencia posterior.
Este concepto se define como la idea de que el fenómeno del mestizaje es un hecho deseable y buscado. Para Molina, los mestizos mexicanos son los «auténticos depositarios de la mexicanidad». De hecho, va más allá y defiende que el desarrollo de la nación se completará cuando la propia nación se convierta en su totalidad mestiza. La tesis de Molina debe entenderse dentro de su contexto histórico. La mestizofilia, «en sus orígenes atribuyó el desorden y la anarquía del México independiente a las diferencias raciales de su población» (p.15). De forma que el mestizaje sería la tabla de salvación y la «quintaesencia de la mexicanidad» (p. 15). De hecho, se parte de que al acabar la Independencia con el sistema colonial comienza un nuevo periodo anárquico que provocó la división del país en dos partidos: el de los criollos y el de los indígenas. Además, los grupos sociales son modificados:
Una vez legitimado el mestizaje étnico, Molina emprende la exposición del proceso de ajustes étnico-sociales en México. De acuerdo con ésta, con el tiempo se suscitó una leve movilidad en la estructura social del Virreinato. […] La independencia de México consumó el desfasamiento de la estratificación novohispana. (p. 61).
Es muy interesante cuando Basave se pregunta el motivo por el cual Molina prefiere al mestizo para formar la nueva nacionalidad y no otra raza. La respuesta es que el mestizo no es una raza nueva sino la raza indígena, pero modificada con la española. Y se considera que «si bien la raza blanca es superior por su “acción”, producto de su más adelantada evolución, la raza indígena es superior por su “resistencia”, resultado de su más adelantada selección» (p.65). Como vemos, esta teoría se relaciona con el debate científico global de la época sobre las diversas razas humanas, su clasificación, etcétera.
Andrés Molina Enríquez
Me gustaría extraer dos citas que Basave transcribe de la obra de Molina Los grandes problemas nacionales y que reflejan la idea que éste tenía del carácter de las distintas razas mexicanas. En primer lugar describe a los criollos e indígenas, y dice:
El criollo es en lo general de alta sangre: se apellida Escandón, Iturbe, Cervantes, Landa, Cortina, Cuevas, de la Torre, Rincón, Pimentel, Rul, Terreros, Moncada, Pérez Gálvez, Icaza, etcétera. Es generalmente rubio, de un rubio meridional, o trigueño -“trigueño” según la Academia, es un color entre rubio y moreno- de ojos negros más bien que azules, de continente orgulloso, de aspecto más bien frívolo que serio y de conjunto a la vez delicado y fino. Es generalmente hombre de mundo, cortés, culto y refinado; en sus gustos se muestra elegante, le agradan las condecoraciones y tiene la afición de los honores cortesanos; pinta blasones en sus carruajes y se hace llamar “gente decente”[2].
Sobre los indígenas de raza pura, según su terminología, apunta que poseen una sumisión servil y que son cristianos semiidolátricos. Por su parte:
El mestizo es plebeyo: se apellida Pérez, Hernández, Flores, etcétera. De color moreno, […] es más moreno que el europeo meridional, aunque menos que el indígena puro, y en las costas es pinto; su cabello es en lo general negro y rebelde, su barba negra y escasa, su cuerpo tosco y robusto, su continente serio y grave, y su conjunto a la vez fuerte y dulce. El mestizo, que siempre ha sido pobre, es vulgar, rudo, desconfiado, inquiero e impetuoso, pero terco, fiel, generoso y sufrido. Nada puede identificarlo mejor que la palabra con que fue bautizado por la “gente decente”: “chinaco”, derivación de “chinacatl”, o sea para no traducir literalmente esta última palabra, “desarrapado”. En sus gustos, muestra inclinación a los placeres sensuales: cuando gasta no es elegante como los criollos señores, ni lujoso como los criollos que más adelante llamaremos “criollos nuevos”, sino simplemente derrochador.[3]
Define los distintos grupos tanto por su taxonomía como por el carácter. Es un método científico para demostrar que el mestizo es el propicio para ostentar el poder, ya que posee lo positivo de cada una de las razas que lo conforman. Además, el mestizo se enfrenta a los otros dos grupos sociales, ya que lucha contra la idolatría y la sumisión así como por «el catolicismo y el “sentimiento de autoridad” de los criollos» (p. 65). En realidad su postura revolucionaria defiende que se superen las diferencias sociales de clase para lograr la patria mexicana al lograr un México mestizo.
Andrés Molina, ya en los años 30, gesta una nueva versión de esta mestizofilia. Divide el mundo en Oriente y Occidente, por lo que América deberá lograr la fusión de estas culturas. Conforme pasen los años, todavía evoluciona más y establece la siguiente relación: nueva raza – nueva cultura. Sin embargo, siempre mantiene la homogeneidad de la raza como ideal social.
Me gustaría poder desarrollar con la exhaustividad y claridad de Agustín Basave el análisis del nacionalismo mexicano. Por una cuestión de espacio he preferido resumir, quizá demasiado, uno de los muchos aspectos de la obra de Molina que recoge Basave en este magnífico libro; el mestizo como la solución para el crecimiento y progreso de la nación. Eso sí, debo insistir en que a lo largo del libro se explica el origen, la evolución y la influencia en otros autores de la corriente mestizófila con un enfoque histórico, antropológico y etnológico para explicar el nacionalismo de México.
Este pensamiento, así como otras corrientes del siglo XX, como la hispanofilia, que se opone a la mestizofilia, son una parte inevitable de la herencia colonial y su sistema de castas. Este debate plantea una reflexión sobre la búsqueda de la identidad de una nación -en este caso México, pero se aplica a muchos territorios del mundo. En suma, a pesar del tiempo transcurrido desde la tesis de Molina, algunos aspectos del debate siguen siendo un tema actual en la sociedad actual.
[1] Basave Benítez, A., México mestizo. Análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.
[2] Molina Enríquez, A., Los grandes problemas nacionales, México, Era, 1981, p. 106