La fiesta es una fisura

A la hora de definir la fiesta es inevitable mencionar a Josef Pieper[1], quien reflexionó sobre este tema en su libro[2] Una teoría de la fiesta. Establece una relación entre los días festivos y los laborables. De esta forma, el trabajo se supone como lo cotidiano, lo habitual, y la fiesta se entiende como una fisura del ritmo diario.

Pieper profundiza sobre la complementariedad de los dos conceptos. Para que exista el día festivo debe ser porque poseemos la noción de “trabajo con sentido”. Es decir, no significa que el trabajo sea el hecho de realizar un esfuerzo, sino que «el hombre entiende y “asume” el trabajo como es en realidad» (p.13). Queda ejemplarizado gracias a la metáfora del cultivo, que implica satisfacción por el esfuerzo y al mismo tiempo un consumo de energía.

No obstante, debe quedar claro que el día de fiesta no significa ausencia de trabajo, sino que la considera como una actividad libre, que es el trabajo que no tiene finalidad en sí mismo, no es “útil”. En pocas palabras, acabo de esbozar la contraposición que este filósofo expone en su capítulo introductorio del libro mencionado. Son todas ellas, cuestiones importantísimas a la hora de fundamentar un trabajo dedicado al festejo civil.

Al considerar este tema como universal –al igual que el “amor” o la “muerte” (p. 11)-, podemos aplicar esta definición a una fiesta actual o al festejo jesuítico de 1640. Este festejo es sobre el que centro mi investigación. La Compañía de Jesús homenajeó al virrey don Diego López Pacheco con un festejo compuesto por varias actividades. En este momento no me interesa centrarme en describir dicho homenaje, sino aplicar estas nociones a un festejo civil barroco, donde estos preparativos implicaban un gran esfuerzo colectivo.

La llegada de un virrey en Nueva España era un acontecimiento cíclico, pero ocasional en tanto que no es un hecho diario. De este modo, queda claro que el recibimiento de un personaje tan alto es una ruptura del ritmo cotidiano en la vida novohispana. La sociedad se dedicaba por completo a recibir con todo boato al nuevo mandatario, por lo tanto se puede hablar de un corte en el tiempo para dedicarse a una actividad libre, cuyo fin no es la obtención de un beneficio, sino un objetivo sin una utilidad aparente: homenajear.

En conclusión, hago hincapié en el hecho de que una fiesta barroca implica un gran esfuerzo y que éste lo genera toda la sociedad, por lo que no hablamos de una circunstancia anodina y carente de laboriosidad. Es un acontecimiento importante para esta sociedad. Su importancia radica en el hecho de que es capaz de interrumpir el ritmo de vida y convertirse en un momento exclusivo, una fisura en lo cotidiano.


[1] Josef Pieper (1904-1997) fue uno de los filósofos más leídos del siglo XX «por su acierto en tratar temas del mayor interés con atractiva profundidad». Fue Catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Münster. Se puede consultar más sobre él en: http://es.wikipedia.org/wiki/Josef_Pieper#Enlaces_externos

[2] Pieper, J., Una teoría de la fiesta, Madrid, Ediciones Rialp, S. A., 2006.

El Barroco cotidiano y la fiesta en Nueva España

Josef Pieper definió la fiesta como un tiempo de excepción en la vida cotidiana. Sin embargo, como apunta María Dolores Bravo[1], esto no quiere decir que los días de fiesta fueran pocos. De hecho podemos distinguir entre fiestas civiles de las religiosas, así como las celebraciones cíclicas de aquellas ocasionales. Como dice la autora del capítulo:

La fiesta se convirtió, así, en un ritual compartido entre los detentadores del poder y la colectividad para la preservación de un orden que dio sentido a la realidad inmediata del individuo y lo incorporó a un sistema de valores que sustentaron al Estado absolutista hispánico.

En consecuencia, observamos la fiesta como un ritual compartido por la gran masa social y los estatutos del poder. Hay varias ideas destacables en la cita anterior. Por un lado, me interesa esa definición como «ritual compartido», ya que considera la celebración como costumbre de una sociedad. Podemos pensar que la necesidad de festejar hechos extraordinarios pertenece a la humanidad. A través de distintos documentos o fuentes, podemos rastrear esta necesidad del hombre desde tiempos inmemorables. Sin embargo, cada sociedad ha construido su concepto de fiesta. Es decir, cada sociedad comparte su propio ritual que evoluciona junto con sus gentes.

En el caso de la sociedad novohispana, este rito compartido colabora en la preservación del absolutismo hispánico. Estoy plenamente de acuerdo con esta idea. El festejo novohispano, tanto civil como religioso, se construye según los moldes jerárquicos del poder. De esta forma, sí podemos afirmar que la fiesta en Nueva España mantiene el absolutismo. Se ve claramente en los fastos por la entrada de un virrey, por ejemplo, en los que se celebra la llegada de ese poder absolutista, en tanto que es representante de la corona. Sin embargo, no debemos olvidar el hecho de que estas celebraciones siempre se desarrollan alrededor de los representantes del poder.


[1] Bravo, M. D. “La fiesta pública: su tiempo y espacio” en Historia de la vida cotidiana en México. II. La ciudad barroca. (coord.) P. Gonzalbo Aizpuru, México, El colegio de México, 2005, pp. 435-460.

Mestizaje en la evangelización novohispana

Al leer a Beatriz Mariscal Hay en su edición a la Carta del jesuita Pedro de Morales, he reparado en la siguiente cita:

Quia tanto vos dono indigno iudicastis,
ecce convertimur ad gentes.
Pues con ánimo obstinado
nos menosprecia Alemaña,
honremos la Nueva España

Con estas palabras podemos reflexionar sobre la idea que tenía la Compañía de su misión en el Nuevo Mundo.

Mientras en Europa se expandían las ideas protestantes, en Nueva España las órdenes religiosas se esforzaban en la propagación de la fe católica para luchar contra la herejía. Una lucha encabezada por la orden contrarreformista de Ignacio de Loyola.

Tal como se insiste en numerosas ocasiones, los jesuitas supieron adaptar los elementos prehispánicos con el fin de buscar eficacia en su labor catequítica. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que el mestizaje cultural emprendido por los miembros de la Compañía tenía como objetivo principal la evangelización de los habitantes indígenas y el mantenimiento en la fe de los españoles y criollos.

Me gustaría indicar que el uso de una emblemática «mestiza», como la denomina la  editora en su introducción, debía causar un cierto impacto en la sociedad novohispana, ya que motivaba la participación de los indios y causaba admiración en las élites sociales de Nueva España. Los jesuitas aprovecharon este hecho, ya que en los festejos organizados por ellos, nunca faltó esta fusión cultural. Podemos encontrar descripciones de arcos triunfales hechos por indios con elementos propios de su saber o poemas en náhual con metro español.

Esta mezcla en las diversas formas de expresión cultural no busca equiparar lo indígena con lo europeo, sino atraer al indio hacia la fe, como queda dicho. No obstante, la participación indígena en los festejos corre a cargo de los caciques y señores, por lo que la cultura europea se aproxima en primer lugar a la nobleza indígena con el fin, según creo, de influir a través de ellos en el resto de la población. De forma que el mensaje contrarreformista de los jesuitas se expande por los habitantes de América garantizando el éxito en la lucha contra la herejía.

Tocotín: baile mexicano

El tocotín, también conocido por los españoles como “mitote”, es un tipo de baile cuyo origen se remonta a la época prehispánica. Son romancillos hexasílabos de rima asonante, tanto en español como en náhuatl. Hay que tener en cuenta la danza mexicana netotiliztli, pues es el verdadero punto de partida. Si atendemos a la voz nahua y a la española “mitote”, podemos observar que poseen la misma raíz: itotia ‘danzar’. “Mitote” deriva de mihtotih ‘el que baila’ y de mitotiani ‘danzante’. En náhuatl netotilitztli ‘baile’ < ni+itoliztli. La palabra tocotín surgió más tarde, ya en el siglo XVII.

Es lógico que este tipo de bailes y cantos, que se han conservado hasta nuestros días, durante mucho tiempo se transmitieran oralmente, hasta que, finalmente, se transcribieron al alfabeto latino. Lo cual ha permitido poder estudiar este tipo de danza precolombina. Por otro lado, hay que señalar que durante el período colonial también se continuó esta tradición y los indígenas componían netotiliztli, danzas profanas incorporando elementos cristianos, tanto en español como en náhuatl. Claudia Parodi[1], llama la atención sobre esta circunstancia, ya que existía un tipo de bailes rituales, los macehualiztli, que no emplearon a la hora de cristianizar los temas.

El ritmo de este baile se marcaba con unos tambores prehispánicos que se conocen como teponaztle y huehuetl. Son precisamente las sílabas empleadas para señalar el ritmo del teponaztle (to, co, qui, ti) las que han dado lugar a la palabra “tocotín”. Es una voz onomatopéyica, porque en náhuatl no existen estas agrupaciones silábicas.

En el siglo XVII surge un teatro humanista en el que para determinadas ocasiones se componían tocotines. Por ejemplo, en el festejo dedicado por los jesuitas al virrey Marqués de Villena (1640), encontramos un tocotín que se compuso como homenaje. De hecho, tras la comedia podemos leer[2]:

Rematóse toda la fiesta con un mitote o tocotín, danza majestuosa y grave, hecha a la usanza de los indios, entre diez y seis agraciados niños, tan vistosamente adornados con preciosas tilmas y trajes de lama de oro, cactles, o coturnos bordados de pedrería, copiles, o diademas sembradas de perlas y diamantes, quetzales de plumería verde sobre los hombros: que sola esta danza y su lucimiento bastara por desempeño del festejo más prevenido.

Y comienza el canto:

Salí, mexicanos,
bailá el tocotín,
que al sol de Villena
tenéis en zenit.
Su sangre cesárea,
cual rojo matiz,
dorado epiciclo
rúbrica en carmín[3]

Habría que destacar el hecho de que se trata de conmemorar la llegada de un nuevo virrey. Esta circunstancia es el hecho social más significativo de la Nueva España. Esto significa que es muy importante tener en cuenta que se trata de un baile precolombino. Volvemos a subrayar la característica principal de la literatura colonial que es la fusión de ambas culturas: la europea y la indígena.

Se puede escuchar un ejemplo de tocotín en este enlace: http://www.philtulga.com/products-aztec%20rhythms.html. Esta información la ofrece Claudia Parodi en su artículo mencionado anteriormente.


[1] Parodi, C. «Indianización y Diglosia Del Teatro Criollo: Los Tocotines y Los Cantares Mexicanos», en Dramaturgia y espectáculo teatral en la época de los Austrias, (ed.) Farré Vidal, J., Madrid, Iberoamericana, 2009, pp. 251-269

[2] Bocanegra, M. de, Comedia de san Francisco de Borja a la feliz venida del excelentísimo señor marqués de Villena, virrey de esta Nueva España. Teatro profesional jesuita del siglo XVII. ed. C. Frost, México, Coanculta, 1992.

[3] Se trata de las dos primeras estrofas del poema. En total son 56 versos.

¿Culturas equiparables en la fiesta novohispana?

En Mesoamérica la fiesta ha sido un elemento constante en todas las culturas que la han habitado. Este dato de aparente banalidad realmente es significativo, puesto que muestra un ambiente propicio al arraigo de estas celebraciones en Nueva España. Se debe señalar que en México la gente se aficionó pronto al teatro. Y se demuestra fácilmente al comprobar que es muy breve el período que hay entre la llegada de los españoles y las primeras representaciones teatrales, pues hablamos de tan solo unos años.

En cualquier caso, siempre existe el elemento de contrapunto que debemos considerar. Sí es cierto que se produjo un mestizaje cultural con la llegada de los europeos, pero no se puede afirmar que fuera a partes iguales. Los españoles implantaron las celebraciones públicas sin apenas modificarlas. No obstante, es justo contemplar que sí se tomaron ciertos elementos indígenas para ciertas celebraciones civiles. Por ejemplo, bailes como el mitote o tocotín se introdujeron en los festejos. Sin embargo, al compararlos con el resto de los componentes de todo un festejo, lo cierto es que no poseen la relevancia suficiente para considerar estos festejos equitativos a ese respecto.