El gran duque de Escalona

El título del post hace alusión a la obra El gran duque de Gandía. Esta pieza trata de la vida de san Francisco de Borja, al igual que la obra de Matías de Bocanegra, la Comedia de san Francisco de Borja. El día de su representación en el colegio jesuita de México (Colegio máximo de san Pedro y san Pablo) la principal figura era precisamente el duque de Escalona. Es decir, el virrey de Nueva España el año de 1640.

Por tanto, este día, el 18 de noviembre de este año, como conmemoración por su llegada, se había prevenido la comedia sobre el santo. La intención de esta obra fue mostrar al gobernante un modo de vida ejemplar. Y de esta manera tan sutil, y tan jesuita, se pretendía educar al virrey.

Pues bien, san Francisco de Borja, como es conocimiento de todos, antes de pertenecer a la Compañía fue un noble, cuyos títulos coinciden con los de nuestro virrey. Así se destaca en la loa que precede a la comedia:

Al más grande por duque, al de Escalona;
por marqués al primero, al de Villena;
por estirpe al más claro, al que encadena
de muchas en su sangre una corona;
al afable, al magnánimo, al que abona
cortos obsequios que su agrado llena;
al prudente en gobierno, en cuya estrena
aun los que espera México blasona,
como a quien debe de finezas tanto,
da un marqués, un virrey, un duque santo,
un grande en Borja, humilde Compañía;
que en aplausos de quien su amparo fía
a tal hijo el festejo es justo mande,
de un marqués, un virrey, un duque, y grande.

(vv. 49-62)

Si insistimos en esta coincidencia, la comparación establecida entre el virrey el duque santo es muy apropiada. Sin embargo, la realidad fue lo contrario. En la comedia, el protagonista Borja, asume sus responsabilidades aun cuando éstas le desagradan. Tal es el caso con el bandolero Rocaforte, uno de los personajes. El bandolero al narrar sus lamentaciones mueve al santo a la compasión, sin embargo tiene que cumplir la ley al condenarlo. Cuando se hace miembro de la orden, ante el trabajo manual, que cualquier noble rechazaría por honor, se hace cargo respetando el voto de obediencia.

Por su parte, don Diego López Pacheco, el virrey a quien se dirige este mensaje, pareció no percatarse del mismo. Durante sus dos años de virreinato, pues como ya se sabe tuvo que abandonarlo por cuestiones políticas, delegó sus obligaciones en personas allegadas. Esta información ha llegado a mí a través del libro Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. México de Lewis Hanke. Cito:

Escalona fue el primer grande de España que ejerció el cargo de virrey en México. No tuvo un gobierno auspicioso, pues “el placer y la adquisición de riqueza eran lo que el virrey deseaba más entrañablemente”[1]. Sus amigos y cortesanos aceptaron muy conformes tomar a su cargo los asuntos administrativos.

Quizá, después de todo, el teatro como instrumento pedagógico es un buen método, pero no eficaz al cien por cien.


[1] Está citando a Bancroft.

Sermón disfrazado

El teatro jesuítico se desarrolló bajo el lema ridentem dicere verum, es decir, deleitar y aprovechar. Este enfoque didáctico se desarrolla ya en la Edad Media mediante la literatura del exemplum. Esta literatura muestra los modelos que sirven de espejo en el cual la sociedad debe reflejarse. Obviamente, en estos espejos se proyecta aquello que en cada época se fundamenta en un ideario religioso, político y pedagógico propio.

Los jesuitas, a menudo, bajo el nombre de “sermón disfrazado”, elaboraron comedias con finalidad didáctica mediante las cuales han ido transmitiendo al público su ideario. Debemos añadir que este teatro también encuentra sus raíces en la oratoria sacra que paulatinamente fue tomando elementos dramáticos para poder llegar a un mayor público. Es evidente que estos «sermones disfrazados» son un método pedagógico, ya que las profundas verdades se transmiten de un modo asequible al público. Llamo la atención sobre la magnífica pedagogía de la que ya desde la Ratio ha presumido la Compañía de Jesús.

Matías de Bocanegra, autor de la «Comedia de san Francisco de Borja»

Nacido en 1612 en Puebla de los Ángeles, Matías de Bocanegra ingresó en 1628 en la Compañía de Jesús. No se sabe mucho sobre su vida, sin embargo su obra es más conocida. Sobre todo su famosa Canción a la vista de un desengaño. Según José Juan Arrom: “En los siglos XIX y XX tampoco le han faltado admiradores. Al contrario, a más de considerarse, por su valor antológico, una de las cien mejores poesías líricas mexicanas, ha merecido constantes elogios de la crítica». En 1949, Jiménez Rueda, halló un manuscrito de una comedia cuyo título parece ser Sufrir para merecer. Entre estos papeles se encontraron numerosas imitaciones del poema del jesuita. Esta circunstancia hizo pensar que Bocanegra es el autor de dicha pieza dramática. Sin embargo, Arrom rechaza esta atribución puesto que para él la obra de teatro “deja fuerte impresión de que es obra posterior al siglo XVII”.

Evidentemente, esta discusión da lugar a un mayor número de argumentaciones. Sin embargo, para este estudioso lo más característico es al compararla con la Comedia de san Francisco de Borja. En cualquier caso, la obra lírica de Bocanegra es muy conocida y, como queda dicho, muy imitada a lo largo de los siglos. En palabras de Mercedes Serna “la crítica coincide a la hora de destacar de la extensa obra de Bocanegra la Canción a la vista de un desengaño, por las bellas imágenes, el noble lirismo, el carácter moral y filosófico, la fluidez de sus versos”, etcétera.

Por otro lado, su producción dramática es prácticamente desconocida. Queda claro que la pieza sobre la vida de san Francisco de Borja es de su puño y letra puesto que en la portada de dicha comedia aparece su autoría. Se trata de una comedia hagiográfica que se compuso para conmemorar la visita al Colegio Máximo de san Pedro y san Pablo del nuevo virrey novohispano el marqués de Villena (1640). Por lo tanto, la finalidad de esta obra es homenajear al nuevo gobernante. Sin embargo, esta comedia versa acerca de la vida del santo, por lo que se compone de episodios biográficos. El único problema que se le atribuye es el de la llamativa desproporción de la tensión dramática entre los actos, ya que va disminuyendo hasta desaparecer. No obstante, no es un fallo por falta de brillantez del autor, sino la intención de ir subrayando la santidad del protagonista, el gran duque de Gandía, san Francisco de Borja. Por lo que estamos ante una obra cuya intención, en palabras de Arrom, es grave y su forma cuidada. Además, goza de un hondo lirismo y una deslumbrante versificación.

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