Un Grande, virrey y orgullo novohispano

Cuando en 1640 se nombró a don Diego López Pacheco como nuevo virrey de Nueva España, la noticia no pudo ser mejor recibida por el virreinato. Esto se debe a una circunstancia que ya he comentado en alguna ocasión: se trata de un Grande de España. Hecho importante si pensamos en la jerarquía social existente en la sociedad novohispana.

Desde la llegada a América de los primeros colonos, tras la conquista, los nuevos habitantes buscaron un sistema social parecido al que conocían en Europa. Poco a poco se establece un grupo de españoles y criollos como clase gobernante. Hablamos de la alta aristocracia que reclamaba para sí lo mismo que hubieran deseado en España: la corte. Como es lógico, ésta se estableció en torno a la figura del virrey, otorgando cualidades genuinas de este orden social. Más adelante tengo en mente desarrollar esta idea sobre las cualidades propias de la corte novohispana, así que por esta vez paso por alto. Lo que sí es cierto es que las familias de la clase alta de Nueva España consiguieron su propio modo de medrar y mantenerse en el poder.

¿Y qué tiene que ver en todo esto el marqués de Villena, don Diego López Pacheco? Es una relación sencilla. La corona quiso poner al mando de las lejanas tierras a alguien emparentado con la realeza. La corte novohispana lo interpretó como un gesto de cercanía, como un regalo. Como el rey nunca visitaría América, el hecho de que lo hiciera alguien tan cercano se vivió con entusiasmo. Dejando a un lado las interpretaciones, exageradas o no, sobre el grado de alegría que trajo a Nueva España el nuevo virrey, sí se pensó que éste situaría a las grandes familias en una relación más cercana con monarca español.

Es digno de mención que fue el primer virrey que siendo Grande de España ostentó el título. Es normal por tanto que no se sintiera igual su llegada en comparación con los anteriores. Además, supuso ciertos cambios en el modo de recibir a los gobernantes, ya que se dispusieron mayores lujos con él por sus títulos nobiliarios, pero algunos de estos lujos y galanterías permanecieron hasta el final de la época colonial.

Me pregunto si la relación con este virrey no trajo más quebraderos de cabeza que alegrías, ya que su vinculación con el duque Braganza (insurgente portugués) provocó su pronta destitución. Lamentablemente, más tarde se demostró su inocencia, dado que no pretendió expandir la insurrección por Nueva España.

El Barroco cotidiano y la fiesta en Nueva España

Josef Pieper definió la fiesta como un tiempo de excepción en la vida cotidiana. Sin embargo, como apunta María Dolores Bravo[1], esto no quiere decir que los días de fiesta fueran pocos. De hecho podemos distinguir entre fiestas civiles de las religiosas, así como las celebraciones cíclicas de aquellas ocasionales. Como dice la autora del capítulo:

La fiesta se convirtió, así, en un ritual compartido entre los detentadores del poder y la colectividad para la preservación de un orden que dio sentido a la realidad inmediata del individuo y lo incorporó a un sistema de valores que sustentaron al Estado absolutista hispánico.

En consecuencia, observamos la fiesta como un ritual compartido por la gran masa social y los estatutos del poder. Hay varias ideas destacables en la cita anterior. Por un lado, me interesa esa definición como «ritual compartido», ya que considera la celebración como costumbre de una sociedad. Podemos pensar que la necesidad de festejar hechos extraordinarios pertenece a la humanidad. A través de distintos documentos o fuentes, podemos rastrear esta necesidad del hombre desde tiempos inmemorables. Sin embargo, cada sociedad ha construido su concepto de fiesta. Es decir, cada sociedad comparte su propio ritual que evoluciona junto con sus gentes.

En el caso de la sociedad novohispana, este rito compartido colabora en la preservación del absolutismo hispánico. Estoy plenamente de acuerdo con esta idea. El festejo novohispano, tanto civil como religioso, se construye según los moldes jerárquicos del poder. De esta forma, sí podemos afirmar que la fiesta en Nueva España mantiene el absolutismo. Se ve claramente en los fastos por la entrada de un virrey, por ejemplo, en los que se celebra la llegada de ese poder absolutista, en tanto que es representante de la corona. Sin embargo, no debemos olvidar el hecho de que estas celebraciones siempre se desarrollan alrededor de los representantes del poder.


[1] Bravo, M. D. “La fiesta pública: su tiempo y espacio” en Historia de la vida cotidiana en México. II. La ciudad barroca. (coord.) P. Gonzalbo Aizpuru, México, El colegio de México, 2005, pp. 435-460.

Un curso sobre letras convulsas

Este jueves pasado comenzó el curso de verano: Letras convulsas: abuso de poder y violencia en la literatura, organizado por Miguel Zugasti, profesor de la Universidad de Navarra. Curso que tuvo lugar gracias al patrocinio del Gobierno de Navarra y el Ayuntamiento de Pamplona. Como se indicó en el Diario de Navarra, este provechoso curso nos ha acercado a:

la problemática del abuso de poder, la violencia y el caos en sociedades convulsas, así como repasar las soluciones, aportes o posicionamientos esgrimidos por los grandes escritores.

Alfredo Hermenegildo comenzó el curso de verano

El encuentro tuvo lugar en el Palacio del Condestable en Pamplona. Y reunió a diez expertos[1]  de diversas universidades que nos aproximaron al tema mencionado desde perspectivas muy diversas. Esto ha conferido al curso una amplitud intelectual muy interesante.

Uno de los temas que se han desarrollado es el de la imagen del monarca proyectada por algunos autores de los siglos de oro. Se ha comparado el reflejo del rey positivo que se aproxima a lo divino con el rey arbitrario, egoísta y, por lo tanto, tirano. En concreto, nos expusieron el punto de vista de Virués, Lasso de Vega y Lope de Vega.
Tampoco faltó el aporte de Calderón en la representación dramática del abuso de poder a cargo de Carmen Pinillos. Ella nos analizó varios enfoques de este abuso a través de un corpus limitado de obras. Se centró en algún drama histórico, así como en los archiconocidos dramas de honor. Del mismo modo que analizó el aspecto en el auto sacramenta o en la comedia seria.
Miguel Zugasti presentando a Carmen Pinillos
Otro aspecto que se pronunció como un hecho convulso ha sido el del «Imperio y demagogia de la lengua», como dio a conocer el profesor Gutiérrez Galindo. A través del concepto de la gramática de Nebrija se nos guió hasta la controvertida opinión que Miguel de Unamuno tenía sobre el entonces llamado vascuence. Todos sabemos que la lengua puede ser un hecho conflictivo para una sociedad.
Las profesoras María José Rodilla y Sara Poot nos llevaron a tierra mexicana para reflexionar sobre la violencia en esta tierra. La primera de ellas expuso el martirio y el teatro de la crueldad en la capital de la Nueva España. Sara Poot hizo un recorrido histórico en la realidad mexicana de los motines y saqueos dentro de su literatura, centrandose en dos casos. Uno en el siglo XVII y otro del siglo XX.
Sobre la violencia mexicana en la literatura contemporánea nos habló Álvaro Ruiz Abreu, quien definió la identidad del mal a través de la narcoliteratura. Un campo que se está empezando a analizar gracias a sus aportaciones, entre otros.
La reflexión sobre el abuso del poder en nuestra época y las letras convulsas nos la ofrecieron Rosalía Baena, Javier Huerta Calvo y Rosa Fernande Urtasun.
La profesora Baena en realidad abordó una cuestión delicada como es la enfermedad del cáncer. Lejos de generar un discurso pesimista, se centró en cómo esta enfermedad o cualquier otra puede dar al ser humano la fuerza para reflexionar sobre la vida. De forma que ha proliferado un relato autobiográfico de enfermedad que realmente habla sobre las emociones y pasiones humanas.
José Huerta Calvo con el apoyo de textos analizó la violencia en la escena contemporánea. De manera que asistimos a diálogos en los que los personajes se expresan con crueldad. Bien con fuerza física o verbal y expresando un sufrimiento originado por violencia o por una burla cruel.
El trabajo más sorprendente fue el de Rosa Fernández Urtasun y la ciberliteratura. Una literatura postmodernista que ya ha roto no con los moldes que la encorsetaban en épocas pasadas, sino con el propio concepto de qué es leer o qué es la literatura. Como se trata de una idea tan desconcertante para mí porque no lo conocía y rompe todos mis esquemas pondré un enlace sobre cómo se puede interactuar en la red con las Soledades de Góngora. Pero aviso, solo es un ejemplo, en realidad este universo es muchísimo más amplio:
Y para finalizar, una imagen de algunos de los oyentes que tuvieron el gusto de asistir a un curso de literatura en pleno agosto.
Los atentos oyentes del curso de literatura

[1] Alfredo Hermenegildo, Miguel Zugasti, Marco Antonio Gutiérrez Galindo, Rosalía Baena, María José Rodilla, Sara Poot Herrera, María Carmen Pinillos, Javier Huerta Calvo, Álvaro Ruiz Abreu y Rosa Fernández Urtasun.

Mestizaje en la evangelización novohispana

Al leer a Beatriz Mariscal Hay en su edición a la Carta del jesuita Pedro de Morales, he reparado en la siguiente cita:

Quia tanto vos dono indigno iudicastis,
ecce convertimur ad gentes.
Pues con ánimo obstinado
nos menosprecia Alemaña,
honremos la Nueva España

Con estas palabras podemos reflexionar sobre la idea que tenía la Compañía de su misión en el Nuevo Mundo.

Mientras en Europa se expandían las ideas protestantes, en Nueva España las órdenes religiosas se esforzaban en la propagación de la fe católica para luchar contra la herejía. Una lucha encabezada por la orden contrarreformista de Ignacio de Loyola.

Tal como se insiste en numerosas ocasiones, los jesuitas supieron adaptar los elementos prehispánicos con el fin de buscar eficacia en su labor catequítica. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que el mestizaje cultural emprendido por los miembros de la Compañía tenía como objetivo principal la evangelización de los habitantes indígenas y el mantenimiento en la fe de los españoles y criollos.

Me gustaría indicar que el uso de una emblemática «mestiza», como la denomina la  editora en su introducción, debía causar un cierto impacto en la sociedad novohispana, ya que motivaba la participación de los indios y causaba admiración en las élites sociales de Nueva España. Los jesuitas aprovecharon este hecho, ya que en los festejos organizados por ellos, nunca faltó esta fusión cultural. Podemos encontrar descripciones de arcos triunfales hechos por indios con elementos propios de su saber o poemas en náhual con metro español.

Esta mezcla en las diversas formas de expresión cultural no busca equiparar lo indígena con lo europeo, sino atraer al indio hacia la fe, como queda dicho. No obstante, la participación indígena en los festejos corre a cargo de los caciques y señores, por lo que la cultura europea se aproxima en primer lugar a la nobleza indígena con el fin, según creo, de influir a través de ellos en el resto de la población. De forma que el mensaje contrarreformista de los jesuitas se expande por los habitantes de América garantizando el éxito en la lucha contra la herejía.

El recorrido de un virrey de México

En 1994 se publicó un libro titulado Diario particular del camino que sigue un virrey de México. El volumen fue impulsado por el Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente en colaboración con la Universidad de Oviedo. Este manuscrito, encontrado en la Biblioteca Universitaria de Oviedo, ha colaborado en la recuperación de principal ruta en el virreinato y comercio novohispanos.

La labor consistió en la transcripción del diario que realizó un joven alférez de artillería que acompañó al virrey, Marqués de las Amarillas, a Nueva España en 1756. Este joven es Diego García Panes y en su relato narra el camino desde Veracruz a México, camino que emprendían los virreyes desde que Hernán Cortes llegó a Tenochtitlán.

El relato es una fuente fidedigna para conocer el recorrido protocolario, pero también cómo eran las jornadas, los recibimientos, etcétera. Concluye con un mapa que representa el camino narrado en el diario. Es interesante ver que tras la transcripción podemos leer y observar tanto el texto como el mapa facsímiles.

Lourdes Díaz Trechuelo es quien desarrolla en las páginas precedentes al Diario quién es Diego García Panes así como su obra. En ellas explica cuál ha sido la suerte de sus escritos así como los intentos de recuperación de una obra que hasta mediados del siglo XX ha permanecido en el olvido.